La insuficiencia venosa se puede definir como la incapacidad del sistema venoso para mantener una adecuada presión intraluminal. Puede aparecer en cualquier territorio orgánico, pero adquiere mayor relevancia en las piernas; en ellas además influye negativamente la presión hidrostática, que impone un sistema fisiológico comprometido para mantener la presión intraluminal en límites normales.
Si la presión hidrostática en bipedestación se añade la alteración de los mecanismos hemodinámicos favorecedores del retorno venoso, la consecuencia es la estasis e hipertensión venosa.
La insuficiencia venosa crónica (IVC) de las extremidades inferiores se manifiesta por una multitud de signos, de los cuales los más obvios son las varices y la úlcera venosa. Sin embargo, estos signos incluyen el edema, el eczema venosos, la hiperpigmentación de la piel a nivel perimaleolar, la atrofia blanca y la lipodermatoesclerosis.
En España la prevalencia de la insuficiencia venosa crónica ha sido estudiada en múltiples estudios y registros desde el 2001 con el estudio Relief,1 pasando por el Detect-IVC 2 de 2006,2 o el estudio C-Vives de 2013.3 De todos ellos se puede obtener que la prevalencia de varices en la población española es del 35.7% y de presencia mayoritaria en el género femenino (87,8%).
De tal forma se calculo en el año 2004 que la tasa de prevalencia de la IVC de extremidades inferiores en España ascendía al 27.5%, el 37.7% en el género femenino u el 19.7% en el masculino. Por lo tanto, una de cada tres personas en España presenta signos y/o síntomas de IVC a partir de los 46 años de edad.
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