En las últimas décadas, la angiología y cirugía vascular ha experimentado un cambio radical en todos sus campos, pero en especial en el diagnóstico y en el del tratamiento. Para el diagnóstico se han aportado aparataje bastante sofisticado y evolucionado basado fundamentalmente en la utilización de los ultrasonidos, donde la estrella ha sido el eco-doppler y en angioTC en el campo de las pruebas diagnósticas radiológicas.
Esto ha conllevado la necesidad de disponer de unos mínimos recursos económicos para poder acceder a estos medios diagnósticos, que en la mayoría de las áreas geográficas y nos estamos refiriendo especialmente en la iberoamericana se ha podido solventar por el relativo accesible coste del ecodoppler y la disponibilidad del angioTC al ser una herramienta utilizada por otras especialidades. El problema se presenta especialmente, cuando los recursos no son muy cuantiosos, en la parte del tratamiento, donde los requerimientos de aparataje y dispositivos son considerables para realizar esa cirugía mínimamente invasiva que es la endovascular.
Ya no se soluciona el problema como en el caso de la cirugía convencional abierta con un quirófano, disponiendo de un instrumental en base a realizar reparaciones que en ocasiones sólo representaba el coste de la sutura.
La cirugía endovascular, necesita de un sistema radiológico que puede ser sencillo tipo arco o complejo como en el caso del quirófano híbrido; que supone por lo menos al principio una cierta limitación. Solventado este problema aparece el segundo y es el coste muy alto en comparación de otros materiales que tienen los dispositivos que se utilizan en este último tipo de cirugía la endovascular.
Balones de angioplastia, balones especiales como los que soportan fármaco, stent, endoprótesis, sistemas de embolización como son los coils u oclusores, y todo tipo de dispositivos que se requiere para realizar el procedimiento, como son las guías, los catéteres de diagnóstico, soporte guía, lo mismo que introductores, tienen un coste elevadísimo que pueden soportar determinados países o limitado número de pacientes, que se les tienen que costear personalmente al no hacerlo su sistema sanitario.
Uno piensa que hay una desproporción entre el coste del dispositivo y este material. Si es cierto que el dispositivo es producto de un proceso de diseño, producción, constatación de su utilidad, valoración de sus prestaciones y seguridad de uso, durabilidad en los implantables, procesos de seguimientos tipo registros o trials,; a lo que se añade una industria que precisa delegados comerciales para su penetración en el mercado, un entramado comercial para mantener el proceso, una promoción del producto a veces desproporcionado por las contribuciones y forma de desarrollarlo a nivel de eventos científicos.
A todo esto, se une las administraciones con sus marcados en especial el europeo CE y sobre todo el americano de la FDA, que hace que la industria para poder facilitar un dispositivo tenga que realizar inversiones muy importantes, lo al que al final repercute en el elevado coste del producto y lo que es más grave la restricción de su empleo en parte de la población. Hay que añadir, además, que la propia sociedad exige garantías sobre seguridad del producto utilizado por lo que se incrementa la dificultad de que el mismo pueda ser facilitado sin que se cumplimenten todos los pasos anteriormente comentados.
Quizá algún día, todos realicemos una profunda reflexión y pongamos en marcha otras estrategias que faciliten un producto más barato, por esto más asequible, que se pueda implantar de forma generalizada y que nos ofrezca unas mínimas garantías de seguridad.
Prof. Carlos Vaquero
Director y Redactor Jefe de la Revista Iberoamericana de Cirugía Vascular.
Catedrático de Angiología y Cirugía Vascular
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